Una astrubiña casera.

Quizás comprendía la cuestión, pero su cara no lo evidenciaba en absoluto. Solo se dedicaba a mirar mogólicamente la boca de su dueña, con un hilo de baba colgándole del labio.
Escuchaba los reproches una y otra vez. De a ratos le pegaba una chupada al mate y dirigía sus ojos hacia el televisor del comedor donde su hija miraba una novela. Él la besaba apasionadamente, ella, ofreciendo alguna resistencia, se dejaba desnudar lentamente por su amante.

El primer sopapo le sacudió la cara, el segundo le golpeó la oreja derecha, una patada a la mesa le volcó el mate tibio sobre la bragueta. Ella salió dando un portazo, entonces volvió a mirar la tele, pero los amantes ya no estaban; ahora una señora gorda vendía pastillas para la tos.

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